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Persisten riesgos laborales en la Industria de la Construcción; albañiles representan el 15.4% de los empleos informales

En México, cada 75 segundos ocurre un accidente laboral en la industria de la construcción y cada 8 horas muere un albañil. Pese a los riesgos, la mayoría carece de servicios médicos y seguros de vida: el 15.4 por ciento de la población que labora en la informalidad pertenece a ese sector.

Machucones, raspones, ampollas, dedos reventados por cal, mezcla de cemento o partículas en los ojos, caídas de 10 o más metros de altura, electrocuciones por cables de alta tensión, discapacidades y hasta la muerte son parte de los riesgos que enfrentan a diario los trabajadores de la construcción. Sin seguridad social, la mayoría de ellos sufraga los gastos médicos derivados de los llamados accidentes laborales.

Y es que en México, esta rama es una de las más desprotegidas por la justicia laboral. Por ser, la mayor parte de ellos, trabajadores “informales” no gozan de un horario de 8 horas, salario justo ni vacaciones, y tampoco cuentan con seguridad social ni algún tipo de asistencia médica o seguro de vida. Esto ocasiona que día a día pongan en peligro su integridad física y hasta su existencia.

Todas las veces que Roberto Pérez acude al Hospital General Ecatepec “Las Américas” –ubicado en el Estado de México– es por accidentes graves de trabajo. En un mismo año, el peor que recuerda –2017–, se presentó tres veces: la primera fue porque un clavo le atravesó el pulgar de su mano derecha; la segunda se debió a un diminuto trozo de alambre que voló hasta su ojo izquierdo, que tuvo que mantener cerrado bajo un parche negro que le recetó el oftalmólogo; y en la tercera fue por una fractura en el omóplato derecho.

El hueso no resistió el peso de su cuerpo al caer desde el segundo piso de la casa donde laboraba. “Era un dolor insoportable. Quedé inmóvil del brazo durante semanas. Perdí mi trabajo y estuve desempleado por más de 3 meses”.

Al recordar el incidente que lo dejó en cama por casi 14 semanas, Roberto dirige la mirada a su hombro derecho visualizando, quizá, la hinchazón que lo acompañó los primeros 15 días de rehabilitación o rememorando el tormento que padeció en ese lapso. “Al principio gritaba del dolor por sólo mover los dedos; ni una cuchara podía levantar. Mi familia tuvo que ayudarme un poco esos días”.

Los labios de Roberto se fruncen, su semblante, hasta entonces relajado, cambia y da lugar a un tono de voz recriminatorio para soltar que su “patrón” no se hizo cargo de nada. “No me ayudó con ningún gasto. Todo fue por mis propios medios: la medicina, la rehabilitación, la faja, todo”. Durante aquellos 3 meses que pasó en cama, su esposa tuvo que sobrellevar los gastos de sus tres hijos con préstamos bancarios que tardaron más de 1 año en pagar.

El trabajador de 52 años de edad considera que la albañilería es un oficio de alto riesgo, y más aún para quienes trabajan por cuenta propia. Esta labor les obliga a estar a varios metros de altura y a utilizar herramientas peligrosas, por lo que cualquier descuido, mareo o pieza mal colocada los pone en peligro de muerte.

Ese riesgo constante a sufrir accidentes o cualquier tipo de lesiones es el compañero diario de quienes laboran dentro del sector de la construcción.  Más de 4 millones 274 mil 298 trabajadores pueden ser víctimas de siniestros similares, es decir, el 8 por ciento de la población ocupada según la Encuesta nacional de ocupación y empleo (ENOE) del primer trimestre de 2019.

Los casos no son aislados: el 12 de julio pasado, un albañil que trabajaba en la construcción de un complejo hotelero en Puerto Morelos, Quintana Roo, cayó desde unos 30 metros de altura luego de que el arnés que lo sostenía se rompió; murió al llegar al hospital.

Algo similar le pasó a un joven de 25 años que laboraba en una construcción en la alcaldía Álvaro Obregón, en la Ciudad de México: el 26 de marzo pasado, resbaló y se precipitó al vacío desde el piso 20 de la obra. No resistió el golpe y perdió la vida al instante.

De esos riesgos está bastante enterado Roberto. Pero sabe que en su oficio las prestaciones o el seguro médico son cosas inalcanzables, por lo menos mientras trabaje por cuenta propia. Hasta ahora, él es quien debe correr con todos los gastos que puedan generarse en un accidente.

“Hay muchos peligros en esta profesión: si trabajamos con madera y tiene clavos, corremos el riesgo de pisarlos; si hay tarimas y estamos trabajando debajo de ellas, es posible que alguna se caiga. Un tropiezo nos puede matar. A todo esto nos atenemos por ser albañiles.”

Las personas que trabajan en la informalidad o por cuenta propia son quienes se enfrentan a condiciones laborales más precarias, al no contar con equipo de seguridad ni maquinaria adecuada para llevar a cabo sus actividades. Tampoco cuentan con seguridad social, prestaciones de ley o algún tipo de contrato que les indemnice ante cualquier eventualidad. Se ven expuestos a sufrir diferentes tipos de accidentes: físicos, químicos y hasta biológicos.

Hasta diciembre de 2018, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) tenía registrado que el 57 por ciento de la población laboraba en la informalidad, y de éste, el 15.4 por ciento se dedicaba a trabajos en el sector de la construcción.

Y Roberto es uno de esos miles. El hombre alto, fornido, moreno, de nariz ancha y parcialmente calvo se ha dedicado a la albañilería por casi 40 años. Comenzó a los 12 como ayudante de su abuelo, quien también se dedicó al oficio de la construcción y con quien vivió hasta los 19 años de edad. Los conocimientos de don Faustino fueron transmitidos a Roberto desde pequeño. “Él fue un gran albañil. Quienes querían hacer algún arreglito en su casa siempre llamaban a mi  ‘pa”, habla orgulloso de quien fuera su figura paterna.

A esa edad, Beto, como lo llaman desde niño sus familiares, decidió desempeñarse en las labores del campo, al igual que uno de sus tíos, ya que en Xochicoatlán -un pueblo de Hidalgo donde vivió casi hasta la adultez- criar puercos, gallinas, vacas y sembrar todo tipo de vegetales era una de las actividades que generaba mayores ganancias.

No obstante, a los 19 años Roberto decidió irse del pueblo. Tomó los ahorros de casi 1 año que el campo le había dejado, guardó la poca ropa que tenía en una mochila y con sólo la secundaria terminada emprendió su viaje rumbo al entonces Distrito Federal, con la esperanza de hallar en la capital mexicana un mejor estilo de vida.

Sin embargo, su trayectoria laboral en la Ciudad de México lo llevó al mismo punto donde había comenzado: la construcción. Asegura que se vio imposibilitado a realizar cualquier otro oficio por las nulas oportunidades de trabajo que habían y las que hallaba pedían estudios mínimos de carrera técnica.

Fue así que sólo su lugar de trabajo cambió, pues donde antes predominaba el color verde de las hortalizas se convirtió en el gris de las construcciones y las avenidas. Antes, sus pies se posicionaban con firmeza entre la maleza; hoy, sus piernas tambaleantes se trasladan entre arena y ladrillos, sobre la marquesina, aun en obra negra, de la casa donde trabaja, allá en el municipio de Ecatepec. Desconfiado, camina lentamente hasta llegar a un cuarto, pues es consciente de que un paso en falso podría significar un grave accidente e incluso llevarlo a la muerte.

Falta de seguro médico

El perito de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje en Riesgos de Trabajo, Luis Manuel Pérez Pantoja, explicó que a pesar de que la ley reconoce que la rama de la construcción es una es una de las más peligrosas, ésta no se regula, pues “es un sector despreciado por el gobierno”.

En la ENOE de 2017 se reportó que de todos los trabajadores de la construcción, el 89.3 por ciento no contaba con ningún tipo de seguro médico. Aunado a esto, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) reconoce que, en ese mismo año y en ese sector, cada 75 segundos se reportaba un accidente laboral y cada 8 horas moría un trabajador a causa de lesiones.

“Esta industria también es de las que tiene mayor accidentabilidad y gran número de muertes e invalidez. Además, genera un alto número de personas con incapacidad permanente y/o enfermedades de trabajo. Definitivamente sí es una actividad de alto riesgo”, afirma el también docente de la maestría de ciencias en salud de los trabajadores, que se imparte en la Universidad Autónoma Metropolitana.

Consultado mediante la Ley General de Transparencia, el IMSS reporta que tan sólo en la primera mitad de 2018, registró 40 mil 749 accidentes de trabajo a nivel nacional, y más de 75 defunciones por accidentes en el mismo grupo: la construcción.

De esa cifra, 6 mil 678 accidentes ocurrieron en el Estado de México, entidad donde Roberto vive y labora desde hace 15 años. Dicho número posicionó a esa entidad como la segunda con más accidentes en la construcción registrados en el país, detrás de Jalisco, con 7 mil 608 riesgos.

Los datos, sin embargo, no reflejan la situación real de este oficio: sólo muestran la situación de aquellos trabajadores que están afiliados a un seguro. Al respecto, el experto Pérez Pantoja indica que “hay un subregistro de accidentes de casi el 800 por ciento y lo que reporta el IMSS, en realidad, es mucho mayor”.

El académico detalla, “cuando les ocurre un accidente o una enfermedad, los trabajadores informales tienen que solventar todo con sus propios recursos. Son muy pocos los que meten una demanda que, probablemente, durará 3 años para que se logre algo”.

Por su propia experiencia, Roberto afirma que, por todos los riesgos que enfrentan en el gremio, es necesario contar con seguro social. “Si nos enfermamos o nos accidentamos, no tenemos [recursos] para curarnos. Es muy difícil para nosotros tener ahorros: todo lo que ganamos lo gastamos en lo que se necesita para la casa. El Seguro Popular [ya cancelado por el gobierno] no sirve. Cuando me caí pasé toda la noche acostado en el piso del hospital. Nos dijeron que no había ortopedista. Hasta la mañana siguiente, cuando llegó, dijo que me comprara una faja universal”.

Reportaje de Karen Ballesteros, Contralínea. Con información de datos del Instituto Mexicano del Seguro Social.

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